Eduardo Mendoza es uno de nuestros escritores más activos y de reconocida valía. Curiosamente, todo parecía indicar, por sus estudios y sus primeros trabajos, que se dedicaría a las leyes o a la banca, pero prefirió aprovechar lo que sabía de esos temas para divertirse un poco a su costa mientras hacía lo que de verdad le gustaba: escribir.
Eso sí, sin olvidar otra de sus facetas, la de traductor, quehacer que desarrolló durante bastantes años en Nueva York y al que sigue dedicando parte de su tiempo y de su saber.
Le gusta pasárselo francamente bien mientras escribe, y busca que quien lea lo que ha escrito disfrute igualmente; por eso ha cultivado con especial acierto la parodia.
Eso fue seguramente lo que le movió a escribir este libro: reír con picardía y proponernos un pequeño y pícaro juego literario.