El sabueso de los Baskerville o El perro de los Baskerville; algunos traductores objetan que un sabueso, el hound del título original, es un perro de caza de medianas proporciones, difícilmente provocaría el terror que inspira la bestia de la novela; sugieren que vendría a ser una especie de mastín, y proponen el término genérico “perro”.
Apareció por entregas en el Strand Magazine entre 1901 y 1902. Esta forma de publicar tiene mucho que ver con la del folletín, género de gran aceptación popular a lo largo del siglo XIX. Podrás observar uno de los rasgos folletinescos más evidentes en la forma de concluir los capítulos (entregas) de Conan Doyle; siempre se trata de algo intrigante, un detalle que anuncia futuras acciones de los personajes: la identidad del hombre que vigila a Baskerville, el temor por la vida de Watson ante la amenaza de un oponente de gran inteligencia, o, por ejemplo, la introducción de lo misterioso, del suspense, ya al final del segundo capítulo: “Señor Holmes, ¡eran las huellas de un sabueso gigantesco!”.
El origen de la novela es, asimismo, curioso y polémico. Conan Doyle descansaba en Cromer de su participación en la guerra de los Bóers junto con su amigo Fletcher Robinson. Durante su estancia, Fletcher le refirió una leyenda local que tenía como protagonista una especie de perro infernal (tal vez una variante acerca del Black Shuck de algunas tradiciones inglesas). Conan Doyle ve en esas historias una buena materia para crear una narración, y tiene tanta fe en ello que incluso se resigna a devolverle la vida a su Sherlock Holmes (aunque, en aras de la verosimilitud, hace que los hechos sean anteriores a la “muerte” del personaje en Reichenbach). Nuestro novelista y su amigo viajan a Devonshire, a la zona de los páramos, en busca de escenarios; la región de Dartmoor, rica en leyendas fantasmagóricas, es el marco ideal. Más adelante, cuando Conan Doyle publique la obra, agradecerá la ayuda de Robinson (aunque algunos siguen hoy acusando de plagio o de apropiación indebida al novelista escocés, e incluso de haber asesinado a su amigo!).
Con El sabueso de los Baskerville, Conan Doyle logra seguramente su mejor novela, la más rica desde el punto de vista estilístico, y posiblemente la más curiosa de las que el autor dedicó a su personaje. De entrada, Holmes comparte aquí, más que en ningún otro relato, su protagonismo con Watson. Será el buen doctor quien aparezca en buena parte de la obra, mientras que Holmes desaparece de escena. La ausencia de la mente privilegiada del investigador intensificará la “atmósfera de misterio y melancolía” que apunta Watson, con unos paisajes desolados e inquietantes, una mansión fría y dominada por las sombras, unos personajes que despiertan sospechas y una leyenda que parece haber cobrado vida. Y Watson se encargará de sentir por nosotros en el escenario lo que cualquier ser humano corriente sentiría, enfrentado al páramo, “¡tan vasto, tan estéril, tan misterioso!” Por eso puede considerarse El sabueso de los Baskerville como una mezcla de géneros, en la que se suman ingredientes de la novela gótica (precedente de la de terror) y la detectivesca. Los lectores de la época esperaban siempre la brillante y rápida intervención de Sherlock Holmes, pero en este caso tendrían que mantener la duda y la tensión hasta poco antes del final.
La novela presenta una cuestión que tiene una gran tradición en nuestra cultura: el choque entre la lógica, la ciencia, y la superstición o lo sobrenatural. Conan Doyle defiende la primera frente a la segunda, y de hecho podemos descubrir en Holmes y Watson muchos rasgos del autor y de quienes le influyeron a lo largo de su formación.
No podemos olvidarnos de que Sherlock Holmes tiene sus “antepasados”. El primero, y quizás el origen de la novela detectivesca, es Auguste Dupin, nacido de la pluma de Edgar Alan Poe, y, como Holmes, seguidor incondicional del método deductivo en la investigación criminal (aunque con otras motivaciones).
Holmes encarna la lógica deductiva; cuando todo lo demás ha sido descartado siguiendo un procedimiento lógico, lo que queda, por increíble que parezca, ha de ser verdad. Para él, la lógica, la deducción, es “el terreno donde sopesamos posibilidades y elegimos la más probable”, siempre atentos al menor detalle, pues “el mundo está lleno de cosas evidentes en las que nadie se fija ni por casualidad”. De todas formas, Holmes vive para sus casos, son su alimento espiritual, su razón de ser: “En un instante, Holmes había dejado de ser el soñador lánguido para transformarse en el hombre de acción”. Y en esta ocasión, como bien nos dice, encontrará un rival a su medida: “Nunca hemos encontrado otro enemigo más digno de nuestro acero”. ¿Tal vez de otro mundo? ¡Averígualo!