Un
día cualquiera, sucede que la vida del poeta se ve turbada
por la presencia de una dama. La elegancia y rara belleza de la
mujer producen en la intimidad del poeta una emoción intensa
y nueva, irresistible. Desde aquel instante, el poeta se sabe enamorado,
y compone versos que expresan su esperanza en la realización
feliz de aquel amor, convertido ya en inagotable fuente de su
inspiración.
En la lejana Edad Media, los trovadores pusieron gran empeño
en servir y amar en secreto a una dama aristocrática, aun
sabiendo que su pasión era irrealizable. En sus canciones
asistimos al doloroso conflicto entre el alegre deseo de contemplar
la delicada hermosura de la amada, y la tristeza por saberla desdeñosa
y cruel. El trovador comprende que es prisionero de este "amor
cortés", pero cree que el sufrimiento amoroso
le ennoblece, y persevera en su servicio.
Tiempo
después, cuando comenzaba el Renacimiento, el poeta
italiano Francesco Petrarca, enamorado de la inalcanzable
Laura, ideó una nueva forma de expresión poética
del amor. Sus sonetos describen las emociones amorosas más
íntimas, que el poeta halla reflejadas a menudo en un plácido
paisaje.