Cuando la Edad
Media alcanzaba su plenitud, los juglares también incluyeron
en su repertorio poemas narrativos sobre milagros, vidas de santos,
o aventuras de reyes y guerreros de antaño,
escritos por monjes sabios para difundirlos entre la gente y atraer
peregrinos a sus monasterios. Juan Ruiz, conocido como el Arcipreste
de Hita, entregó a los juglares su Libro
de Buen Amor, en cuyos versos había mezclado enseñanzas
y humorísticas aventuras.
Muchos años después, los poemas extensos pasaron
de moda. Con los fragmentos que más habían gustado,
los juglares compusieron romances,
que tuvieron gran éxito: las gentes los aprendían
de memoria y los enseñaban a sus hijos y nietos. De este
modo, se convirtieron en canciones populares que, año tras
año, se siguieron cantando hasta principios del siglo XX.