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PEDROSA. (Fuerte y lleno de ira.)
¡Silencio!
(Pausa. Frío.)
Quiero ser amigo suyo.
Me debe agradecer esta visita.
MARIANA. (Fiera.)
¿Puedo yo permitir que usted me insulte?
¿Qué penetre de noche en mi vivienda
para que yo..., ¡canalla!...? No sé cómo...
(Se contiene.)
¡Usted quiere perderme!
PEDROSA. (Cálido.)
¡Lo contrario!
Vengo a salvarla.
MARIANA. (Bravía.)
¡No lo necesito!
(Pausa.)
PEDROSA. (Fuerte y dominador, acercándose con una agria sonrisa.)
¡Mariana! ¿Y la bandera?
MARIANA. (Turbada.)
¿Qué bandera?
PEDROSA.
¡La que bordó con estas manos blancas
(Las coge.)
en contra de las leyes y del Rey!
MARIANA.
¿Qué infame le mintió?
PEDROSA. (Indiferente.)
¡Muy bien bordada!
De tafetán morado y verdes letras.
Allá, en el Albaycín, la recogimos,
y ya está en mi poder como tu vida.
Pero no temas; soy amigo tuyo.
(Mariana queda ahogada.)
MARIANA. (Casi desmayada.)
Es mentira, mentira.
PEDROSA. (Bajando la voz y apasionándose.)
Yo te quiero mía,
¿lo estás oyendo? Mía o muerta.
Me has despreciado siempre; pero ahora
puedo apretar tu cuello con mis manos,
este cuello de nardo transparente,
y me querrás porque te doy la vida.
MARIANA. (Tierna y suplicante en medio de su desesperación,
abrazándose a Pedrosa.)
¡Tenga piedad de mí! ¡Si usted supiera!
Y déjeme escapar. Yo guardaré
su recuerdo en las niñas de mis ojos.
¡Pedrosa, por mis hijos!...
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