(…)
PEDROSA. (Serio.)
¡Mariana!
(Pausa.)
Una mujer tan bella como usted,
¿no siente miedo de vivir tan sola?
MARIANA.
¿Miedo? Ninguno.
PEDROSA. (Con intención.)
Hay tantos liberales
y tantos anarquistas por Granada,
que la gente no vive muy segura.
(Firme.)
¡Usted ya lo sabrá!
MARIANA. (Digna.)
¡Señor Pedrosa!
¡Soy mujer de mi casa y nada más!
PEDROSA. (Sonriendo.)
Y yo soy juez. Por eso me preocupo
de estas cuestiones. Perdonad, Mariana.
Pero hace ya tres meses que ando loco
sin poder capturar a un cabecilla...
(Pausa. Mariana trata de escuchar y juega con
su sortija, conteniendo su angustia y su
indignación.)
PEDROSA. (Como recordando, con frialdad.)
Un tal don Pedro de Sotomayor.
MARIANA.
Es probable que esté fuera de España.
PEDROSA.
No; yo espero que pronto será mío.
(Al oír esto Mariana, tiene un ligero desvanecimiento
nervioso; lo suficiente para que se le
escape la sortija de la mano, o más bien, la
arroja ella para evitar la conversación.)
MARIANA. (Levantándose.)
¡Mi sortija!
PEDROSA.
¿Cayó?
(Con intención.)
Tenga cuidado.
MARIANA. (Nerviosa.)
Es mi anillo de bodas; no se mueva,
vaya a pisarlo.
(Busca.)
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