Cuando salió, desde el cine le llegó un sordo disparo y una melodía sumergida, ondulante, como si tocaran el piano bajo el agua. Más arriba habían baldeado la calle y bajaban oscuros regueros de agua jabonosa. Prendido en las comisuras de la cloaca se pudría un ramo de lirios. |
|
Era un hombre corpulento y de caderas fofas, sanguíneo, cargado de hombros y con la cabeza vencida levemente hacia atrás en un gesto de dolorido desdén, como si lo aquejara una torcedura en el cogote o una flojera. |
|
-¿Te acuerdas de aquel hombre? –Ella no contestó y el inspector optó por dar un rodeo-. ¿Cuántos años tienes ahora?
-Trece y medio, casi catorce… ¿Pero a que parezco mayor?
|
|
Tal vez convendría hacerles una visita, pensó. |
|
El inspector consultó su reloj, eran poco más de las cuatro. |
|
En la plaza arbolada rondaba una pareja de grises con las manos a la espalda. Dos calles más allá reverdecían las viejas moreras frente al cine Iberia. |
|
–Yo no sé nada –gruñó el inspector-. Yo la orden que tengo es de llevarla al depósito del Clínico. |
|
–Y tu novio. Ese mamarracho que podría ser tu padre. ¿Qué edad crees que tiene? ¿Por qué echó a correr? |
|
La paloma entró en el agujero con las sedosas alas desplegadas y flojas, remedando un vuelo raso y precario. […] Rosita entró en el sombrío zaguán de la Casa silbando por oírse silbar. |
|