Desde los inicios del teatro los dramaturgos utilizaron la historia como fuente de inspiración para la invención de los argumentos. En el teatro de Grecia y de Roma ya encontramos elementos históricos, sin embargo será en el Renacimiento y en el Barroco cuando la historia llegará a ser un principio de creación. Las obras Shakespeare, por ejemplo, son mayoritariamente históricas, al igual que la obra de los demás autores del teatro isabelino. Los autores del Siglo de Oro español, y en especial Lope de Vega, usarán la historia con una finalidad ideológica y política. Durante el Romanticismo, los melodramas utilizaban también pasajes históricos para recrear situaciones de la vida política y social de su tiempo. Un ejemplo claro son las obras de Friedrich Schiller, de Johann Wolfgang Von Goethe y Víctor Hugo.
Los dramas de Alessandro Manzoni en Italia y los autores españoles del siglo XX, especialmente los autores de la posguerra, utilizaban pasajes históricos para comentar la dura situación política y social del país. La historia, en estos casos, les servía para burlar la dura censura ideológica y artística que se sufría en España durante la dictadura del General Franco. Autores de este período que merecen ser destacados son Antonio Buero Vallejo y Lauro Olmo.
Sin embargo, en el caso de España, es muy frecuente encontrar autores que no muestran esta actitud crítica, sino que prefieren un teatro que recree situaciones pasadas que son para el público una forma de evasión o de nostalgia de un pasado mejor, pero en ningún caso ponen al espectador ante un conflicto o una reflexión moral o ideológica relacionada con su presente. Durante la primera mitad del siglo XX encontramos autores que responden a esta tendencia como es el caso de Eduardo Marquina o Alejandro Casona, si bien son destacables algunas excepciones como es el caso de Valle-Inclán, Federico García Lorca y Rafael Alberti.