Literatura


 
El caballero de las espuelas de oro (II)
     
 
 


Alejandro Casona


[...]Detalle del escenario

FORASTERO.- Hermano Mayor: sin ser de la Cofradía, ¿puedo hacer una pregunta yo?

HERMANO MAYOR.- Si sois forastero, sí.

FORASTERO.- Acabo de llegar de mi tierra de la Montaña para pretender en la corte, y quisiera saber cuáles son las mejores armas para luchar aquí.

QUEVEDO.- Para medrar en la corte son cuatro las virtudes cardinales: la gala sin hacienda, la sangre teñida, la adulación y la alcahuetería. Si no las tienes, ya puedes volver a tu Montaña.

HERMANO MAYOR.- Último turno. Caballero Quevedo: ¿cuáles son nuestros peores enemigos?

QUEVEDO.- Los tontos del mundo entero.

HERMANO MAYOR.- ¿Cuántas clases de tontos hay en Madrid?

QUEVEDO.- Tres principales, a saber: los necios, los majaderos y los modorros.

HERMANO MAYOR.- ¿Podríais definir cada una?

QUEVEDO.- Necios son los que se conocen al pensar. Majaderos los que se conocen al hablar. Modorros los que se conocen con sólo mirar. Finalmente, hay los que estando acostados con una mujer se vanaglorian de sus hazañas con otra. Esos son necios, majaderos y modorros.

HERMANO MAYOR.- Capítulo cerrado. ¿Némine discrepante?

TODOS.- ¡Némine! (Cencerro. Todos en pie.)

HERMANO MAYOR.- A partir de este momento, la Cofradía de la Risa tiene un hermano más: don Francisco de Quevedo. (Le abraza. Júbilo. Aplausos, felicitaciones. El HOSTELERO sirve.)

DOÑA.- Dejad que también le abrace yo, que no todo han de ser hermanos. (Al pasar, el SOLDADO joven la aparta violentamente.)

SOLDADO.- ¡Aparta, bruja emplumada!

DOÑA.- ¿Emplumada yo?

SOLDADO.- Tú, que siempre me traes mal de ojo y en cuanto te veo no hago más que perder.

DOÑA.- ¿Mis ojos son culpables? Pido perdón. ¿Falté? Dame castigo. ¿Quieres más?

SOLDADO.- Que te vayas con Satanás.

DOÑA.- Ya voy, hijo, ya voy, que eres muy mozo y más te puede la sangre que la razón. Bien dijo el que dijo: “Peligroso animal son veinte años.”

SOLDADO.- (Amenazador.) ¿No callarás, arpía?

QUEVEDO.- Calma, mancebo, que la vejez da licencia para hablar. Y las mujeres que no se pueden estimar por lo que son hay que estimarlas por lo que fueron, como a la pasa porque fue uva y al vinagre porque fue vino.

DOÑA.- Aprende, hijo.

SOLDADO.- Yo no he pedido consejos. ¡Y no vuelvas a llamarme hijo, que con tu oficio no es ninguna lisonja!

QUEVEDO.- (Terminante.) ¡Basta, soldado! Tú, a tus dados. Tú, Doña-Doña, a tu negocio. Y tengamos la fiesta en paz. (Levanta su vaso.) ¡A la salud de la Cofradía!

TODOS.- ¡A la salud del nuevo hermano! (Beben.)

 
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