El mito de la seducción está representado también por figuras femeninas.
Una de sus más conocidas encarnacones es Carmen:
personaje literario creado por Prosper Mérimée en 1845. Al igual que Don Juan, la apasionada Carmen seduce y abandona
a sus amantes después de haber extraído de ellos el provecho oportuno.
Ambos personajes representan la vida en presente y la búsqueda
del placer de vivir. La ópera Carmen, de Georges
Bizet, convirtió a este famoso pesonaje femenino en un símbolo de la seducción erótica. Al igual que su equivalente masculino, podemos encontrar la figura de Carmen en el ballet, el cine y en otras manifestaciones artísticas.
El mito de la mujer seductora cuenta con una extensa tradición literaria. En la Biblia, el libro del Génesis, presenta a Eva como la seductora de Adán. En la misma línea se sitúa uno de los personajes más representativos de la literatura española: la Celestina, protagonista central de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas.
La Celestina es una anciana con fama de hechicería. Aplica sus artes de seducción para enriquecerse cumpliendo los encargos que recibe de hombres deseosos de conseguir el amor de alguna muchacha. La codiciosa vieja se aprovecha de los deseos masculinos para engañarles y sacarles todo el dinero posible. En la literatura latina hay antecedentes conocidos de este personaje, y asimismo en la literatura medieval castellana (Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita).
Menos trágica que las citadas, en la literatura también hallamos mujeres seductoras que acaban siendo víctimas de sus propios atractivos. Es una situación propia de la comedia, y la podemos encontrar en obras del Barroco español como la Condesa de Belflor, protagonista de El perro del hortelano, de Lope de Vega.