Durante muchos años el silencio de la crítica envolvió la obra de Rosalía de Castro. Como ejemplo de este olvido citó Azorín -y desde entonces se cita siempre- su ausencia de las antologías de Valera y Menéndez y Pelayo. Entretanto, Rosalía se iba convirtiendo en algo más que una figura histórica y literaria. Se iba haciendo un símbolo, una encarnación del alma de Galicia. Cuando la crítica volvió los ojos hacia ella, el proceso había llegado a su fin: Rosalía era -es- ya un mito. Silencio y mitificación han hecho de ella una figura mal conocida. La complejidad de su obra y sus circunstancias biográficas aumentaron las dificultades para su conocimiento.
Rosalía escribe en gallego la mayor parte de su obra poética, y el emplear una lengua que no es la oficial de la nación y el haber sido la primera que la usó con auténtica categoría literaria tras un silencio secular, fue un grave inconveniente para la crítica. Hoy nos parece ridículo, pero todavía se sigue separando en los estudios críticos su obra castellana de su obra gallega, como si no nacieran de la misma fuente. Pero no sólo escribe en gallego, sino que habla de Galicia. No es una poeta puramente lírica, sino que posee una fuerte tendencia social: no es sólo la poeta quien se refleja en sus versos; es también un pueblo. Hay que conocer las condiciones históricas y sociológicas de Galicia para aquilatar en qué medida Rosalía representa a ese pueblo.
Además, escribe novelas. Unas novelas extrañas, desconcertantes, de escaso valor literario, pero interesantísimas en cuanto a que son la versión en prosa de las mismas vivencias que se hicieron poesía.
A las dificultades del bilingüismo, de la vinculación a un pueblo y de la doble condición de novelista y poeta se unen las que dimanan de su biografía. Muy poco sabemos de su vida íntima. Hija de madre soltera y de padre sacerdote, recogida primero por la familia paterna y más tarde por su madre, poco se ha escrito sobre sus relaciones con ambos progenitores durante su infancia. Poco también de su vida matrimonial. El crítico echa en falta el apoyo de la biografía para ratificar o rectificar algunas hipótesis que sus poemas sugieren.
A todo esto vino a sumarse la aureola mítica: Rosalía, voz del pueblo, encarnación del alma galaica, de la raza celta...